Tanagra, el arte del inframundo

Tanagra (griego Τανάγρα/Tánagra) ciudad de Beocia, invadida y saqueada por los atenienses, y finalmente destruida por los tebanos en los años 360 a.C.

De no ser por las cerámicas en terracota nadie podría suponer siquiera que era una ciudad de un gusto muy refinado en las artes, pues en nuestro días solo quedan restos de torres y muros derruidos. Es como si el tiempo y la ambición hubiesen complotado para borrarlo todo, porque hasta ahora es víctima de pillaje por parte de los lugareños y coleccionistas de ese arte destinado para el inframundo.


El ver esas pequeñas piezas modeladas con tanta fuerza interna y perfección en forma uno se da cuenta que la esperanza en la otra vida y el respeto por los que se iban era muy superior al sentimiento mortuorio de los actuales habitantes del planeta Tierra, lo digo con algo de burla, pero es verdad, porque esas figurillas estaban destinadas hasta para la gente humilde de Tanagra, era como si la última oportunidad de agradecer al ser querido estuviera en contener algo de "alma" en esas esculturillas de terracota. Y ese sentimiento de respeto no solo ha sido en Tanagra; en China, la India, Perú, Norte América, , Indonesia, Egipto, México, y demás culturas del pasado, se ha percibido ese arte mágico en donde la tristeza y la esperanza emergían de las manos del artista para ayudar a decir un último adiós.

Ahora lo usual es ponerle al fenecido un horroroso terno negro, un maquillaje burdo, y un cajón con la monótona imagen del Cristo crucificado (en el mejor de los casos, un diseño original, ya que en la mayoría es solo un arte industrial)

Vayan a los entierros y verán que no les miento, vayan a los museos, y tomarán conciencia de que hasta se han perdido recursos humanos en esta época acelerada y de mal gusto. ¿Acaso quita algo de tiempo o dinero el enterrar al ser querido con su pipa, su libro favorito, o una cerámica que acompañe aquel sueño en solitario? Eso si, se gasta en pagarle al enterrador, al cura, incluso a la cocinera para levantar los ánimos de los que se quedan (eso último si que es horrible, a mi se me quita el hambre cuando veo a un muerto, pero en Perú, mi tierra, existe todavía esa costumbre de servir algo de comidita).

La magia se ha perdido, más se valora el paisaje pixelado del frío televisor, que la campiña iluminada por el Sol que nos saluda y despide todos los días, y de la Luna que nos ayuda con su reflejo a abrir la puerta cuando hay apagón, y ver a la ciudad como un cementerio de monótonos rectángulos de concreto.

¿No será que ha muerto el espíritu mágico del hombre, tal vez absorbido por las luces de neón y embrutecido por las ondas electromagnéticas que invaden nuestros oídos y ojos para comprar lo que no hay que comprar, y aceptar lo que era pernicioso para el espíritu, la soledad interna nacida del egoísmo cultivado?

Veamos el arte de Tanagra, tomemos conciencia que esos tiempos no fueron fáciles, habían más guerras y enfermedades que ahora, pero el hombre se daba un tiempo para contemplar la vida, para sentir la voz interna de la conciencia, ese llamado que lo impulsó a crear maravillas con herramientas sencillas, a escribir las bases de la civilización moderna con un arte e imaginación hasta ahora no igualado. Uno lee la Biblia, a Homero, o recuerda las leyendas que sobrevivieron con las tradiciones orales, y simplemente se da cuenta de que la mente ha sufrido una triste metamorfosis hacia lo pragmático.

La realidad ha superado la ficción, y es que se ha tenido que inventar muy deprisa para evitar que la civilización colapse en su espíritu consumista y auto-destructor. Es como si existiesen dos clases de seres humanos: los creadores y los homínidos consumistas, y eso es muy peligroso, porque el peso de los problemas cada vez es más grande que la habilidad de los genios para resolverlos.

Si la gente fuese más sensible en este mundo moderno tal vez se tendría el coraje de cambiar el curso de la historia, pero el hombre antiguo ha muerto. Hay menos guerras, pero curiosamente hay más injusticias. Hay más comodidades, y sin embargo no existe el espíritu agradecido y confortado. Siempre se quiere más. Es como Roma en sus últimos días, en donde el populus, afortunado por todo el oro que robaron en sus conquistas, gustaba de ir a los vomitorios por el solo placer de seguir comiendo. ¿Eso no es lo que se hace cuando se compra un aparatejo en un súper-mercado para desecharlo al año de uso?


En las cerámicas de Tanagra se siente el espíritu originario del hombre, y eso perdurará hasta el final de los tiempos, nunca pasará de moda, es un caso claro en el que lo utilitario y sencillo puede llegar a convertirse en algo trascendente, parte del patrimonio que servirá para el posible destino de la humanidad: la resurrección de su dignidad.