Miguel Ángel Buonarroti, excelso maestro, supremo en todas las artes, pero, con un gran defecto: no sabía pintar mujeres, disculpen la brusquedad de inicio en este ensayo, pero es la pura verdad, y tal vez se deba a que el miraba la belleza del hombre por encima de la belleza femenina, la mujer es blanda, suave, sin detalles anatómicos angulados o de formas salientes que pudiesen recrearse con el claroscuro.
De esa suavidad supieron muy bien sus secretos Rafael y Rodin, quienes no trataban de sacar masculinidad en sus personajes femeninos para conferirles más fuerza expresiva. Ese concepto en Miguel Ángel aveces lo llevaba a crear monstruos:
Sibila, Fragmento de la Sixtina, por Michelangelo Buonarroti
¡Por Dios, miren esas tetas caídas y puestas en el cuerpo de un camionero siciliano!
Con esto no quiero decir que Michelangelo no merezca el sitial en la cumbre del renacimiento, pero, no por admirar su genio debemos dejar de lado sus graves defectos. Está demás decir, por justificante, que en esa época el canon de belleza de las mujeres era así, para ejemplo un botón, miren este cuadro de Rafael Sanzio:
Rafael Sanzio [las tres Gracias]
Son mujeres llenitas, pero suaves y delicadas, y esa suavidad para Miguel Ángel era ajena, nunca la pudo recrear, la única forma que el tenía de acercarce a la belleza femenina era con ropajes y rostros bellos, solo el pudor y la anulación de la sensualidad femenina le dejaban un hilo de salida a la belleza de la mujer, y esa belleza captada solo en el rostro y la espiritualidad de la tela se ve a un grado sobrenatural en la Pieta, obra que solo puede nacer de las manos de un auténtico genio:
La Pieta, por Michelangelo Buonarroti
Y contra esto no hay nada que decir, todo queda perdonado, él es nuestro genio supremo del renacimiento, solo superado por Leonardo, quien supo captar de forma más integra el espíritu de esa época y cuya virtud en el dibujo estaba por encima del talento de Miguel Ángel:
Rostro de mujer, por Leonardo Da Vinci.
Ahora unas palabras de Michelangelo Buonarroti en el momento que estaba ejecutando los frescos de la Capilla Sixtina [1508-1512], esto proviene de una carta escrita a Giovanni Da Pistoia:
"Con la fatiga se me ha hinchado el bocio,
como pasa a los gatos con el agua
de Lombardía (o del país que sea),
que me levanta hasta el mentón el vientre.
La barba apunta al cielo, el cráneo cae
sobre la espalda; el pecho, como harpía;
el pincel goteando sobre el rostro
lo cubre con un rico pavimento.
Los lomos me penetran en la panza
y la grupa les hace contrapeso;
sin los ojos los pies muévense en vano.
La piel se va estirando por delante
y por detrás se acorta y cae en pliegues;
igual que un arco sirio estoy torcido.
Así falaz y extraño
surge el juicio que nace de la mente,
que curva cerbatana mal apuntada.
Tú mi pintura muerta
defiende siempre, Juan, y el honor el mío,
pues ni estoy bien ni he sido pintor nunca".
Michelangelo Buonarroti.