El loco del pueblo (629-666)


El loco del pueblo -por Salvador Núñez (Humano 666)

En la mañana el loco se paseó por todo el pueblo para que alguien le de algo de comida. Un emolientero le dio algo de infusión de hierbas, el de la panadería un pan francés y el tendero una bolsa de leche. Así que su barriga estaba llena y su corazón contento. Se preguntaba para si mismo: -¿Si es que tengo tuberculosis como es posible que en esa noche de frío no me haya muerto? Ya voy más de un mes con esta tos y no me muero. ¿No será simplemente un resfriado que se repite por mi pena reverberante? No todos los recuerdos no deberían perseverar. —Y así el loco hablaba solo por la calle hecha de adoquines de piedra. A veces lloraba, otras reía, en ratos su diálogo con la nada era entendible.
Cuando el Sol era tiránico a las doce del día el loco se metió dentro de una casa abandonada, esa casa estaba destruida por un terremoto en los años de la peste. No había ratas porque el alimento era ausente, tampoco muebles porque los rateros llevaron con todo en los siete años, solo unas fotos sacadas de sus marcos evitaban la soledad entera del piso. El loco agarró la más antigua de las fotos, la miro detenidamente antes de darle a vuelta y leer: “Solo me queda esperar la muerte para estar a tu lado”. Dejó la foto en el mismo sitio que la encontró antes de tomar su siesta. El calor de la mañana y la buen comida lo repuso casi por completo de su resfrío, así es, solo se trataba de un resfrío pero el loco imaginó un diagnóstico para justificar el intento de suicidio. Extrañamente el loco durmió con el preludio de una sonrisa mientras se rascaba la panza.
Al despertar de la siesta se percató que por el techo roto se describía la tarde. —Carajo, ahora no voy a poder dormir en la noche —se dijo el loco. Tomó su bulto de tela al hombro y salió por el techo roto.
-Yo te conozco loquito, tu eras el pintor de sueños —se oyó en la voz de un viejo que estaba acompañado por su hija cuando ya estaba en la calle. Ese caballero era hermano del que era creyente en el “no se puede.” —Usted debe estar equivocado, tan solo soy simplemente un loco. —Usted no me engaña –dijo el viejo —Yo tengo un cuadro suyo en mi sala y estuve el día de su última exposición hace diez años. –Y si es así, ¿qué importa eso ahora? —Preguntó el loco –Ahora no soy nadie, ni siquiera una sombra. —Importa mucho –replicó el viejo —gracias a usted mi hija es ahora una pintora. ¿Cómo es posible que se rinda? ¿Qué le pasó para dejarlo todo? Su actitud es un insulto para el destino y oficio de mi hija. —Cálmate papá —dijo la señora —no es lo que tú crees, exageras y me estas avergonzando. –Don Emilio, con sus ochenta años, se había convertido en una suerte de hijo grande para Fernanda, como a veces trastabillaban sus palabras y repetía sus recuerdos una y otra vez se creía de manera errónea que el caballero era un demente senil, pero eso era todo lo contrario, armaba sus crucigramas más rápido que lo jóvenes, respondía con sensatez a las preguntas de sus nietos con sabios consejos, pero la hija era tan castrense como su difunta madre. —A la mierda —dijo don Emilio —Yo no voy a permitir que un joven tan talentoso se quede en el limbo de su cobardía – ¿Cobarde yo? ¿Qué sabe usted de mi vida? Tuve que dejarlo todo por amor, mis planes eran buenos pero nunca creyeron en mí, soporté insultos a límites indecibles, aguanté el desprecio y las calumnias de mis enemigos hasta donde pude y las sigo aguantando, traté de ser consecuente en los sueños que guardaba. Las últimas cosas que hice en el mundo fueron: Vender mi casa de campo, darle un departamento a mi esposa, pagar una deuda hipotecaria enorme de mi madre y gastar las monedas de mi bolsillo para ayudar a los que amaba, solo me quedé con una de plata y otra de oro . Aborrezco este mundo, las deudas, el pesimismo, los espejismos del fracaso, los gritos y gruñidos de la intolerancia, las críticas, la mentira, la envidia, el rencor por las sombras que destapé al ser caballero y noble...¡Todo! ¡Y no me invites a volver porque no debo! Quiero estar lejos del mundanal ruido para entender el porqué de las cosas. No vayan a pensar que olvidaré mis deberes, le pintaré a mi amada ángeles para que los venda. Disculpen por hablar como fariseo y decir lo que hago de bueno, por develar mi mano derecha delante de mi siniestra, pero ya estoy harto de los insultos que se dicen a mis espaldas . ¿Y de mi soledad? se preguntrán. Yo les digo: Canto a las estrellas y para mi eso es suficiente, y si no se escucha nada es porque mi canto retumba solo dentro de mi alma. Soy un loco dichoso porque no me rindo de mi propósito y cuando deje mis harapos no solo seré un nuevo hombre para mi familia, seré la espada de un nuevo sueño sin cruces ni evangelios profanos de dinero y egoísmo. Soy una larva y cuando salga de este capullo seré un revolver con alas de águila. —El viejo se quedó con la boca abierta, pero luego sonrió. —¿No sabía nada de eso? Por eso te pregunté: ¿Qué te ha pasado para dejarlo todo? veo que no estas loco, lo que pasa es que eres demasiado lúcido y sano para este mundo. Déjame caminar contigo en esta tarde, pero antes vamos a comer algo. —¡Ay papá! —Dijo Fernanda —¡Por la puta que te parió! ¿Me puedes dejar en paz por una vez en esto que me queda de vida? Ya bastante soporté a tu madre con sus eternas negativas. —La pobre quedó pálida, nunca vio a su padre tan enojado desde que era niña, así que optó por lo más sabio: “callar”.
Siguieron caminando hasta llegar a un restaurante que tenía una de sus alas de madera cerrada, era tan vieja la madera que parecía arañada por un perro gigante y tiznado por el eructo de un dragón.
—Aquí solía comer al salir de la universidad —dijo el viejo —con mis amigos traíamos los libros para estudiarlos al calor de los leños, este es uno de los pocos lugares en los que se cocina con leña. Puedes pedir lo que quieras. —Quiero un pollo a la leña, si lo partimos en cuatro alcanzará para todos. —propuso el loco. —Para ti que sea medio pollo, no se sabe si comerás mañana. —chanceaba el viejo. —El loco sonrió de buena manera. Escuchó todas las anécdotas de universidad, de su matrimonio, sus hijos, el trabajo como docente…La hija no se mostró interesada porque toda su vida adulta había escuchado las mismas historias.
Cuando terminaron de comer se levantaron bajo la mirada de los que desaprobaban al loco con su gorro de bufón y traje sucio de payaso. La hija tiró los cabellos para atrás como dejando los problemas y la vergüenza ajena. El viejo se despidió de la dueña del local. Lo que no sabía nadie es que la señora que los despidió fue la mujer con la que tuvo su primera experiencia de sábanas, por eso es que solo en el caso de Don Emilio esta se aprestaba en atenderlo personalmente, los demás creían que era por cuestiones de protocolo ante el que fue tiempo atrás el alcalde más querido por los lugareños.
Caminaron hasta las afueras del pueblo, el cielo estaba nublado pero hermoso de naranjas y rojos, entonces el viejo le preguntó al loco: —¿Cuándo vendrás? —No lo se —fue la corta respuesta del loco mientras se despedía para continuar su camino. A lo lejos se veían las banderolas de un circo de gitanos llegando al pueblo.