El viejo y el loco en la tarde-por Salvador Núñez (Humano 666)
La tarde aún daba su calor cuando el loco se topó con un viejo.
El señor de chompa y camisa oscura en su mente cultivó por toda su vida el mandamiento herético: "no puedo", gustaba de reunirse con sus amigos al medio día, su pasión por el café le llego a dañar los nervios para la desgracia de su nieta quien a pesar del cariño que le tenía optó por dejarlo de ver. Era cruel a la hora de calificar regalos o cumplidos. Para él las señales de afecto eran maneras hipócritas de solicitar un adelanto de herencia.
Bueno, volvamos con el loco. El loco, como buen vagabundo, atesoraba toda su riqueza en un bulto amarrado al palo, dentro de esa tela guardaba una pregunta escrita, siete panes secos algo rancios, una moneda de oro, otra de plata y un libro de consejos para hacer maldades sin que nadie te tome por culpable, es decir, era un libro sobre la "bolsa de valores". Cuando pasó con su tos junto al viejo ni siquiera le prestó atención, pero, el viejo si lo hizo y hasta se preocupo de su destino, en realidad no era que pensara en él, quería burlarse y demostrar su ficticia ventaja intelectual. -¡Oye! ¿A don de vas? -preguntó el viejo con una sonrisa de esas que provocan desagrado al mirarlas. -Voy a tocar la Luna cuando el Sol nos deje -recitó el loco. -¿Qué? ¿No sabes donde esta la Luna? es imposible alcanzarla.- le contestó el viejo con la satisfacción de haber empezado el juego de la burla. -Claro que se puede señor, pero debo caminar rápido. -De ahí se apartó del camino para guardar una piedra oscura que según él le traería buena suerte. La besó antes de guardarla, pero eso bastó para que el viejo sintiera temor, así que se alejo con paso rápido del alcance del loco. El loco la guardó y volvió a emprender el camino. El viejo ya a una distancia, donde esa tos aguardentosa se percutaba de lejos, lo miró con profundo desprecio y algo de envidia... ¿envidia?
El orate silbando la Flauta Mágica de Mozart llegó a su destino. Era un estanque que los lugareños en un pasado emplearon para regar, ahora solo era propiedad de un pueblo fantasma. Sacó los siete panes y los puso en línea apuntando a la Luna, luego agarró la moneda de plata y la de oro, una para cada hombro. Por último prendió una fogata con el libro, pero sin perder el equilibro de las monedas sobre sus hombros. Esperó un rato más y la Luna empezó a reflejarse sobre al charca. -¡OH maravilla de las maravillas! al fin te tengo reflejada dentro de mi alma -decía el loco - todas las veces que fuiste Luna llena yo te traté como a la madre de mis hijos. -Haciendo una pausa para deja caer su primera lágrima tomo un respiro y siguió. - Me dijeron en el hospital que tengo tuberculosis y que la muerte es más amiga mía que antes, así que he venido a despedirme. - La tos se hacía más crónica a manera que la noche se aliaba con el viento. El libro tenue en su braza despidió la noche y con ella el inicio del sueño del loco.
A la mañana siguiente el loco tiritaba de frío. Quería morir pero no podía, amargado por al generosidad de la vida cargó sus siete panes, la piedra y las monedas. Se dijo para sus adentros: -"La Luna me cuidó como si fuera su hijo, es probable que por eso no haya muerto". -Tomó la vieja pregunta y como siempre, desde que fue un errante, no supo responderla.
¿Por qué no luchas con los pies en la Tierra? - Por que soy gaviota -respondía el loco, pero sabía perfectamente que esa no era la respuesta correcta.
Al regresar por el sendero se topó con el viejo, lo saludó tapándose la boca con la otra mano y siguió escapando a paso incierto de su verdadero destino.